Definiéndose en estilo
La Versys no es de esas motos que te hacen girar la cabeza al verlas
pasar. Tampoco acostumbra a ser el objeto del deseo de jóvenes moteros
fácilmente enamoradizos; apasionados que sólo encuentran satisfacción
subidos a lomos de la última novedad tecnológica. Y si al principio el
amor lo perdona todo, la convivencia y la rutina acaban pasando factura;
la mayoría de las veces en forma de divorcio. Y es que llega un momento
en que unas buenas llantas de magnesio, unos hidráulicos regulables en
alta, la fibra de carbono o las miradas al aparcar frente al bar de
moda, ya no compensan las incomodidades, las limitaciones y el elevado
coste de mantenimiento. Pero la juventud es una “enfermedad” que se cura
con el tiempo, y uno de los primeros síntomas para detectar que la
dolencia remite, es dejar de pensar en compartir tu vida con motos de
más 160 caballos y empezar a fijarte en motos más amables, amigas; como
la Versys. Motos con las que podrás ir a trabajar cada día sin
demasiados problemas, viajar en pareja agradablemente, soportar un coste
de mantenimiento razonable y si se tercia, seguirle la estela a algunos
de tus amigos con síndrome de Peter Pan encima de una RR. Quizás
lleguen antes al bar, pero se morirán de envida al ver cómo te bajas de
la moto más fresco que una rosa, mientras ellos fingen seguir siendo
jóvenes disimulando el dolor en las muñecas, cuello y espalda. Son motos
a las que te acercas movido por la razón y por las que acabas sintiendo
algo más que amistad. El roce hace el cariño. Además, sirven de refugio
para los que nos resistimos a caer en las garras de los cada vez más
sugerentes y rápidos maxiscooters modernos por ser eso, scooters y no
motos...
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